miércoles, 16 de mayo de 2012

UNA CAPSULA DE AMOR:


EL DOMINIO PROPIO
 
(1ª Cor. 6:12) “Todas las cosas me son licitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son licitas, mas yo no me dejaré dominar por ninguna” Desde los origines de la humanidad, el ser humano deseo tener dominio. La historia muestra como los poderosos quisieron siempre ampliar sus dominios. Los grandes reyes, quisieron ampliar sus dominios conquistar el mundo conocido y durar para siempre. Los grandes empresarios, quisieron crear empresas que fueran eternas. No importa en qué rubro se muevan, siempre desearon que su poder trascendiera sus vidas. Y que sus dominios fueran superiores a su existencia.
El hombre es un adicto al poder, y desea que su dominio sea permanente. Pero lo que el ser humano nunca quiso comprender es que aún los más poderosos reyes o empresarios de la humanidad aun sin saberlo y aunque puedan dominar los designios de miles de personas, nuca pueden ser completamente autónomos. Siempre hay algo que los domina. Pueden tener el control de la economía o de las milicias. Pero hay algo que no pueden controlar. Su naturaleza interior. Pablo sabía mucho de esto. Es notable como el mismo hombre que puede controlar a un tigre en la jaula de un circo es el mismo que sucumbe ante el deseo de mirar una foto pornográfica en internet. ¿Qué es más difícil? ¿Qué es más peligroso?
Somos especialistas en definir lo correcto y lo incorrecto y nos embanderamos detrás de las causas nobles. Censuramos la mentira, el robo, el asesinato o la corrupción. Y en estos grandes temas del mal la gran mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que está mal. Pero al igual que el domador de tigres, cometemos el mismo error en subestimar el peor enemigo que tenemos y que no podemos dominar con facilidad. Nosotros mismos somos nuestro principal enemigo. Es nuestro interior, nuestros hábitos, nuestra naturaleza interior oponente más complicada y peligrosa. A quien es casi imposible dominar. Ante esta realidad que aplica a todos los seres humanos, Pablo nos deja esta eterna verdad. Hay muchas cosas que no son eminentes pecados, aspectos grises que difícilmente puedan ser categorizados como ofensas a Dios. Pero que nos alejan de la verdad, que nos cortan la relación con Dios, que nos enfrían el alma. Para ser verdaderamente exitoso, un completo ganador, Pablo nos recomienda dominar a nuestro peor enemigo: nosotros mismos. Mantén el dominio de tu vida.
HAZ LO CORRECTO

EL PAN DE HOY:


ORAR CONFORME A LAS PROMESAS DE DIOS.
 
(Is. 40:8) Secase la hierba, marchitase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre. Jesús enseñó claramente que tendríamos aflicciones en esta vida. También dijo: Confiad, yo he vencido al mundo. Pero Dios ha dado a sus hijos recursos maravillosos para evitar que las pruebas nos aplasten. Por ejemplo, puso su Espíritu en cada creyente para guiarle y capacitarle. Además, nos dio la oración, para que podamos comunicarnos con nuestro Padre celestial, y así presentarle nuestras peticiones.
Hoy quiero enfocarme en otro de sus maravillosos regalos: la Biblia. La Sagrada Escritura es la Palabra misma de Dios. Ella es la verdad. Nunca cambia. Nos capacita en todas las circunstancias, y por eso tenemos una base segura sobre la cual basar nuestras vidas y decisiones. Hay miles de promesas en la Biblia y Dios quiere que las conozcamos, de modo que no desaprovechemos las bendiciones que Él quiere darnos. Y los creyentes sabios convertirán esas promesas en oraciones y en el clamor de sus corazones. Déjeme darle un ejemplo que tiene que ver con decisiones difíciles. El (Sal. 32.8) “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. Podemos orar utilizando estas palabras de Dios, diciéndole que creemos que El nos enseñará e indicará su camino, al mismo tiempo que se mantiene a nuestro lado cuidándonos durante cada situación. Cuando surgen las dificultades, necesitamos un fundamento sólido sobre el cual mantenernos firmes. De lo contrario, nuestras emociones pueden fácilmente descarriarnos al hacernos pensar equivocadamente. Dios es fiel y no cambia, así que podemos confiar en sus promesas.