martes, 29 de noviembre de 2011

¿EN DONDE ESTA JESUS?

SI SUFRES DESILUSION

Luc.24:13-35

¿Qué deben hacer con su desilusión? ¿Qué pueden hacer con sus corazones destrozados? No nos referimos a los inconvenientes ni a las complicaciones. Estamos hablando de aflicción. De lo que sentían los amigos de Jesús a dos días de su muerte. Su mundo se había desmoronado encima de ellos. Resulta obvio al ver cómo caminan. Sus pies se arrastran, están cabizbajos, sus hombros están caídos. Los once kilómetros que separan a Jerusalén de Emaús deben parecerles ciento diez. Mientras caminan, hablan «acerca de todas estas cosas que habían acontecido» (14). No es difícil de imaginar sus palabras. ¿Por qué se volvió la gente contra Él? Podía haber descendido de la cruz. ¿Por qué no lo hizo? Permitió que Pilato le diera órdenes. ¿Ahora qué hacemos? Mientras caminan, se les acerca un extraño por detrás. Es Jesús, pero no lo reconocen. La desilusión los afecta de esa manera. Les impide ver la presencia misma de Dios.

La desilusión nos hace mirar sólo para adentro. Dios pudiera estar caminando a nuestro lado, pero la desesperación nos nubla la vista. La desesperación hace otra cosa. No sólo nos nubla la vista, sino que también endurece nuestros corazones. Nos volvemos cínicos. Nos volvemos insensibles. De manera que cuando vienen las buenas noticias, no las queremos aceptar por temor a ser nuevamente desilusionados. Eso fue lo que le sucedió a estas dos personas. Al leer las Escrituras no siempre podemos darnos cuenta del tono en que fueron expresadas las palabras. En ocasiones no sabemos si el que habla está jubiloso, triste o en paz. Sin embargo, esta vez queda claro lo que están pensando: Como si no fuera suficiente que hayan matado a Jesús, ahora algún ladrón de tumbas se ha llevado el cuerpo y engañado a algunos de nuestros amigos (Luc. 24:22–24) 22Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; 23y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. 24Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.

Estos dos seguidores no tenían la menor intención de creer a las mujeres. Si me engaña una vez, la vergüenza es suya. Si me engaña por segunda vez, la vergüenza es mía. Cleofas y su amigo están envolviendo su corazón en un cascarón. No volverán a arriesgarse. No volverán a ser lastimados. Esta es una reacción muy común, ¿verdad? ¿Ha sido lastimado por amor? Pues entonces no ame. ¿Una promesa ha sido rota? No confíe más. ¿Su corazón ha sido destrozado? No lo entregue de nuevo. Existe una línea, una fina línea divisoria, el cruzarla puede resultar fatal. Es la línea que separa la desilusión del enojo, la herida del odio, la amargura de la acusación. Si está aproximándose a esa línea, permítame que le inste a no cruzarla. Dé un paso hacia atrás y hágase la siguiente pregunta: ¿Durante cuánto tiempo he de pagar por mi desilusión? ¿Cuánto tiempo más dedicaré a lamer mis heridas? Llegará el momento en que deba seguir avanzando. Llegará el tiempo en que necesite sanidad. Se presentará el momento en el que deberá permitir que Jesús haga por usted lo mismo que hizo por estos hombres.

¿Sabe lo que hizo? En primer lugar se les acercó. No se quejó ante el ángel diciendo: ¿Por qué no pueden creer que la tumba está vacía? ¿Por qué resulta tan difícil convencerlos? ¿Qué fue lo que hizo? Se encontró con ellos en su punto de dolor. Aunque la muerte ha sido destruida y el pecado anulado, Él no se ha retirado. El Señor resucitado nuevamente se ha cubierto de carne, se ha puesto ropa humana y ha buscado nuestros corazones doloridos. Lea sus palabras con cuidado y fíjese si puede descubrir su dolor: (Luc. 24:19-21). 19Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; 20y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. 21Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido.

Ahí está. «Pero nosotros esperábamos». Los discípulos habían esperado que Jesús redimiese a Israel. Ellos habían esperado que Él sacara a patadas a los romanos. Habían tenido la esperanza de que Pilato fuese derrocado y que Jesús fuese instalado. Pero Pilato seguía gobernando y Jesús estaba muerto. Expectativas insatisfechas. Dios no hizo lo que ellos querían que hiciese. Sabían lo que esperaban de Jesús. Sabían lo que Él debía de hacer. No era necesario que le preguntaran. Si Jesús es el Mesías, no dormirá durante mi tormenta. Nunca se morirá. No desafiará a la tradición. Hará lo que se supone que debe hacer. Pero eso no fue lo que hizo. Qué alegría, ¿no? Menos mal que la oración de Cleofas y su amigo no fue respondida, ¿verdad? ¿No le complace que Dios no haya hecho ajustes en su agenda para satisfacer los pedidos de estos dos discípulos?

Eran buenos discípulos. De buen corazón. Y sus oraciones sinceras. Sólo que sus expectativas estaban erradas, y el punto en cuestión es que el conocimiento de Dios acerca de la vida es mayor que el nuestro. La gente quería que Él redimiese a Israel, pero Él sabía lo que les convenía. Prefería que su pueblo fuera oprimido temporalmente y no que se perdiera eternamente. Al ser forzado a escoger entre una batalla contra Pilato y una contra Satanás, optó por la batalla que no podríamos ganar nosotros. Dijo no a lo que ellos querían y sí a lo que necesitaban. Le dijo no a la liberación de Israel y sí a la liberación de la humanidad. Y una vez más, ¿no le alegra lo que hizo? ¿No le alegra lo que hace?

Ahora sea sincero. ¿Nos produce alegría que diga no a lo que queremos y sí a lo que necesitamos? No siempre. Si pedimos un nuevo matrimonio y Él dice honra el que tienes, no nos da felicidad. Si le pedimos sanidad y Él dice aprende por medio del dolor, no nos produce felicidad. Si le pedimos más dinero y Él dice que atesoremos lo invisible, no siempre nos da felicidad. Cuando Dios no hace lo que queremos, no resulta fácil. Nunca lo ha sido. Nunca lo será. Pero la fe es la convicción de que Dios sabe más que nosotros con respecto a esta vida y nos llevará a buen destino. Recuerde que la desilusión es producida por las expectativas insatisfechas. ¿Qué es lo que queremos? Eso es lo que Jesús les preguntó a los discípulos. ¿Qué es lo que quieren? ¿Quieren libertad temporal o eterna? Jesús se dedica a la tarea de reestructurar sus expectativas. ¿Sabe lo que hizo? Les contó la historia. No cualquier historia. Les relató la historia de Dios y de su plan para las personas (27). Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.

Fascinante. La cura de Jesús para el corazón destrozado, es la historia de Dios. Comenzó por Moisés y finalizó consigo mismo. ¿Por qué hizo eso? ¿Por qué volvió a contar el antiguo relato? ¿Por qué retrocedió unos dos mil años hasta la historia de Moisés? Creo que sé el porqué. Lo sé porque lo que ellos oyeron es lo que todos necesitamos oír cuando estamos desilusionados. Necesitamos escuchar que Dios aún tiene el control. Que no se acabará hasta que Él así lo disponga. Necesitamos oír que las desventuras y las tragedias no son motivos suficientes para darse por vencido. Sólo son motivos para mantenerse firmes. Corrie ten Boom solía decir: «Cuando el tren atraviesa un túnel y el mundo se vuelve oscuro, ¿saltas por la ventanilla? Por supuesto que no. Te quedas quieto y confías en que el conductor te llevará fuera de allí». ¿Por qué contó Jesús la historia? Para que supiésemos que el conductor aún controla el tren.

¿Cómo tratar con el desánimo? ¿La cura para la desilusión? Regrese a la historia. Léela una y otra vez. Comprenda que no es la primera persona que ha llorado. Y que no es tampoco la primera en recibir ayuda. Lea la historia y recuerde que ¡su historia también es suya! ¿El desafío resulta demasiado grande? Lea la historia. Es usted el que cruza el Mar Rojo con Moisés. ¿Demasiadas preocupaciones? Lea la historia. Es usted el que recibe la comida del cielo junto con los israelitas. ¿Sus heridas son demasiado profundas? Lea la historia. Usted es José perdonando a sus hermanos por haberlo traicionado. ¿Sus enemigos son demasiado poderosos? Lea la historia. Usted es el que marcha con Josafat a una batalla que ya ha sido ganada. ¿Sus desilusiones le pesan demasiado? Lea la historia de los discípulos que iban camino a Emaús. El Salvador que ellos pensaban que estaba muerto estaba caminando a su lado. Entró a la casa de ellos y se sentó a su mesa. Y algo sucedió dentro de sus corazones. ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras? (32). La próxima vez que se sienta desilusionado, no se deje vencer por el pánico. No salte por la ventanilla. No se dé por vencido. Solo sea paciente y permítale a Dios que le recuerde que El sigue estando al mando.

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